domingo, 28 de agosto de 2016

La cuarta






De las tres amigas, una tenía una herida de la que ni ella misma conocía el origen. Y es que el hecho de que el objeto hiriente fuera invisible y mutante hacía muy difícil su identificación. De las dos restantes, una carecía todavía de criterio y seguía el rumbo que marcaba la tercera. Ésta, no sabía de la existencia de la herida de la primera, pero la intuía por los leves gestos de dolor que era capaz de provocar en ella cuando su propio malestar rebosaba los límites. Pero llegó la cuarta, el bicho más raro. Dormía cabeza abajo. Para ella el sur era el norte y no parecía importarle Nada la opinión de los demás. Su mano agarraba fuerte y en sus ojos acababas viéndote. Nunca me mintió. 

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